lunes, 12 de noviembre de 2007

Sacados del vientre de la madre

Abrí los ojos y seguías ahí.
Con los ojos hechos flor.
Con la boca silbando el canto de la belleza.
Escurría de tus labios, hasta la punta de tus dedos amarrados a mi cuerpo despierto.
Bebimos mucho.
Bebimos la noche y sus penas.
Los pájaros de aluminio y las malas palabras: amor, soledad, juicio…belleza.

De tus pies cansados nació el grito de una mano.
De un momento a otro estuviste cerca, muy cerca.
Tanto, que de mi boca se escaparon siete lenguas.
Y todas ellas te besaron, clavándote el veneno de mi tristeza.

No recuerdo qué momento fue, pero abrí los ojos abrazado en ti.
Subimos lentos.
Nos recostamos sin agua ni fuerzas para odiar el amor.
Sentí tus alientos de yerba fresca.

Tu cuerpo entero.
Amplio.
Cálido.
Etéreo.

Fuiste durante la noche la ropa de mis miedos.
El río fresco donde se ahogó mi deseo.
Amante intáctil.
Lúcido chorro de luz y fuego.
Abriste los ojos después de haber galopado sobre tu seño.

Tras arrancarte el rostro para guardarlo en mí pecho.
Me diste un beso pequeño.
Te fuiste rápido.

Cabalgando la sirena de plata, que luminosa esperó toda la noche.