domingo, 5 de octubre de 2008

Dios con nosotros

Te llevaste mi aliento antes del medio día,
con la ayuda de cinco sirenas blancas
y cuatrocientos caballos de piel azul.

Enjuagaste los bosques de mi boca con un beso lento,
fresco como la mañana que merodeó todo el día...
Entonces, decidí no dormir,
surcar las calles con mi cuerpo a cuestas,
escribirle al aire,
perderme en el origen de mis días,
para golpear el alba con la fuerza de mi cansancio.
Decidí no morir sobre mi cama,
para robarle al sol todas sus ganas.
Busqué redimirme para no pensar que no estás todo el día.
Encontré debajo de mis libros un par de rosas frescas,
y las sembré en tu boca.
Y pensé que después de todo, eres tu y no yo,
quien dibuja el curso de los vientos.
Con esa tibieza hermosa de tu cuerpo de canela y miel.
Sé que somos ese gemido que se le escapa a Dios cuando está dormido.
Sé que las noches después de hoy, no serán más que un lienzo
donde jugaremos a ser amantes,

piedras,
lobos,
caminos sin retorno...
un par de locos que se niegan a dejar el paraje de lo nocturno,
para no morir a su regreso.


Te robaste mi aliento,
y no dejaré que me lo entregues,
hasta que desnudos asesinemos la luna,
para llevarle flores

y morir en ella.