viernes, 6 de julio de 2007

La Nuit

Me escurro en sus cabellos, como el agua que baja por la ventana. No sé de qué color son sus ojos, pero tengo horas platicando con ella. Me ha dicho que le gusta el conejo con ajo. Que su padre bebe los domingos desde temprano, hasta llegar borracho a la cama donde lo descalza, arrancándole sus botas sucias y caminadas.
Llueve. Estamos desnudos y con poco tiempo para las pláticas de lo que sucede tras la puerta. Apago el cigarro. Entonces la tomo del cuello y le arranco tres besos. Le digo al oído lo que sucede dentro de mi vientre.
Desaloja las sábanas y me deja ahí. Bajo de su cuerpo veo todo distinto. Pareciera como si el viento de su movimiento elevara el rastro de nuestras formas. Encima de ella soy el mar que da forma a la piedra. Huelo la dulzura de su carne hundiéndose en la rigidez de la mía.
Sus cabellos, como serpientes de sombra, se enredan en la torpeza de mis manos. Seguimos así por mucho más tiempo, hasta quedarnos dormidos.
Al amanecer me doy cuenta que ya no está. Despierto menos loco, más salado y con las manos tibias. Entonces me levanto. Voy al baño y doy el primer tajo. Descubro que la velocidad no importa, siempre que haya una cantidad uniforme.
Así, gota a gota, me voy acercando; hasta que el frío se vuelve tibio. Me desvanezco. Entonces siento su mano apretando la mía. Pasa un aire turbio, con olor a metal y yerba. Los rezos confabulados llegan hasta donde me tienen colgado. Se abre una puerta y veo que es ella la que aparece.
Se acerca y me dice al oído: tranquilo, aquí no llueve.

No hay comentarios.: